PONENCIA V Congreso Internacional sobre la vida y obra de María Zambrano. 2008, Vélez- Málaga
Siendo el tema del V Congreso Europa sueño y verdad, e imaginando Europa como tierra formada por los estratos sedimentarios de sus muertos, me he preguntado por los otros que han formado esta Europa más allá de los tópicos, aquellos que fueron expulsados y marginados. Esta Europa, que ha sido y es una tierra con fronteras variables, colonias y protectorados, pero que también ha sido una utopía y a veces una vergüenza.
El hilo conductor de mi reflexión ha sido la imaginación creadora de un musulmán de Al-Andalus, nacido en Murcia en 1165, pero muerto en Damasco en 1240: Ibn al ‘Arabi. Uno de los más venerados místicos sufís, conocido y admirado por María Zambrano, de quien oí su nombre por primera vez. Una más de las muchas raíces que han formado Europa, o ,como dice Félix Duque en su libro Los buenos Europeos, este apéndice de Asia donde se muere el sol, visto desde nuestro oriente, claro.
No voy a hacer una interpretación detallada de lo que la imaginación creadora es para Ibn ‘Arabi en estos momentos, lo dejo para un ensayo, pero les remito al influyente libro de Henry Corbin titulado precisamente así, La imagination créatice dans le Soufisme d’Ibn Arabi (Flamarion 1958), y del que hablaré un poco más adelante, también les recomiendo la página web de la Muhyidfin Ibn ‘Arabi Society, a los que tengo que agradecer públicamente su apoyo y su interés en mi obra. De entrada, sólo me gustaría apuntar que este concepto de imaginación creadora es clave tanto para la filosofía de Ibn ‘Arabi, como creo que también fue interpretado y asumido por María Zambrano.
Alguien dijo que el homo pictor es un ser que juega a saltar por encima de su falta de seguridad proyectando imágenes. Ampliando dicha definición al homo faber que somos todos, podríamos decir que jugamos al saltar por encima de nuestra falta de seguridad simplemente proyectando. El pintor proyecta imágenes y alguna de ellas se convierte en cosa de bulto, hablando a la manera de Unamuno. Pero todos proyectamos y plasmamos ya sea cosas, acciones, palabras, gestos o escritos y ese proyectar se da primero en el terreno de la imaginación.
Para Ibn ‘Arabi la imaginación no es, de todos modos, una facultad sino más bien el terreno donde confluyen razón y cuerpo: el mundo donde se espiritualizan los cuerpos y toman cuerpo los espíritus. Si en algún lugar habría que situar este mundo es en nuestro interior, en el corazón. (Me remito a la intervención de la profesora Roberta Johnson dónde alude a La metáfora del corazón en este mismo Congreso). Y este mundo imaginal, es mundo de luz, y sombras también, sin ellas no podemos perfilar los objetos. Necesitamos de ambas para ver.
Alguna vez nos sucede que súbitamente vemos algo claro: la solución a un problema, la relación entre varias cosas, personas o hechos, el hilo conductor de una historia, la causa de una situación que ahora nos agobia, el sentido de nuestra vida. Por qués, cómos, cuándos, qués, salen de repente a la luz, como si hubieran estado escondidos en alguna parte y velados hasta ese preciso instante.
En los cómics la alegoría que se usa es la de la bombilla encendida, como si en el tiempo que cuesta darle al interruptor, nuestra cabeza hubiera sido iluminada como una habitación y ya podemos ver lo que buscamos. Después ya viene todo rodado, en principio.
Me parece curioso que esta experiencia del “ver claro”, haya derivado en nuestra historia hacia dos palabras con connotaciones diferentes e incluso a veces contradictorias: la iluminación y la ilustración, o Ilustración con mayúsculas, la Aufklärung de los alemanes, que significa sacar a la luz, iluminar.
Si buscamos en los diccionarios “iluminación” se nos habla de una experiencia individual e interior que nos transforma y que tiene consecuencias para nuestra forma de vivir desde un instante en adelante. Nos encontramos con “iluminación divina”, una experiencia a la que se dió mucha importancia en la Antigua Grecia, en el Neoplatonismo, en la filosofía islámica medieval o en San Agustín. Esta experiencia se ha ido relegando especialmente a dos ámbitos: al del arte en forma de inspiración y a la religión, especialmente en la mística, como gracia.
Así han perdurado hasta hoy inspiración y gracia, términos que podríamos considerar sinónimos de iluminación en diferentes contextos. Si no salimos precisamente de esos contextos, del arte y de la religión, toleramos oír expresiones como “es un artista inspirado” o “María llena de gracia”, pero nos resulta incómodo que se recurra a intervenciones sobrenaturales para explicar algo que a todos nos ha sucedido alguna vez. Así, usamos estas expresiones como una forma de hablar, de hecho somos responsables, adultos y civilizados, culturalmente hemos pasado por la Ilustración y nos hemos emancipado de lo sobrenatural, como decía Hegel: “la ilustración (alemana) luchó contra las ideas con el principio de utilidad como arma”, incluso apuntaba, un poco más adelante en el mismo texto, que sus compatriotas no tenían espíritu. Aunque no seamos tan críticos con la Ilustración como Hegel, lo que sí es cierto es que casi se dejó de creer en espíritus, hasta que llegaron los Románticos. (María se sonreía cuando volvieron los fantasmas a Madrid, a la Casa de las Américas allá por los 90 (por cierto, Espíritu y fantasma se escribe igual en alemán: Geist)).
En castellano diferenciamos entre Iluminación e Ilustración, pero no está tan claro en otras lenguas. Por ejemplo, esta cita de Hegel que he entresacado de sus Lecciones de Historia de la Filosofía en la versión inglesa, el apartado se titula “The German Ilumination”. Podría resultar interesante hacer un recorrido por la etimología de esos términos, pero no lo voy a hacer porque no es pertinente en una mesa redonda y por que supongo que deber estar ya hecho.
Vamos a situarnos un poco antes, en la Edad Media. Ésta se consideró por mucho tiempo como una etapa intermedia entre la primera parte de la película sobre Europa: La Antigua Grecia y el Imperio Romano; y la segunda parte: el Renacimiento de la Antigua Grecia. Se pasó de unos siglos claros a otros resplandecientes con unos siglos oscuros de por medio. Pero ya desde el siglo XIX se empezó a revisar, a sacar a la luz, esa etapa oscura. Que quizá su única oscuridad era cuestión de lenguas: mucho estaba escrito en latín, pero también en hebreo o en árabe. Lenguas que, junto con sus hablantes, habían ido siendo expulsadas implacablemente de Europa.
María Zambrano leía con gusto a René Guénon, a Louis Massignon, a Titus Burkchard, a Henry Corbin o al padre Asín Palacios, en parte por que habían sacado a la luz, cada uno en sus especialidad, algo del brillo de esos siglos oscuros y apuntado o demostrado que esa Edad Media había sido un crisol de culturas con fidelidad y continuidad respecto a la Edad Antigua; como también demostró André Grabar respecto al arte medieval y la influencia de Plotino; o el profesor Blumenberg que puso en duda la existencia de un corte entre la Edad Media y el Renacimiento en su libro La Legitimidad de la Edad Moderna. Incluso Guénon, apuntando también a la continuidad de una sabiduría integradora y sin abismos en el tiempo, se atrevió a rescatar el término philosophia perennis.
Pero a pesar de la fidelidad en esos siglos intermedios a Grecia, o quizá por ello mismo, se produjeron entonces discusiones que llevaron a que ciertos términos hayan quedado en nuestro lenguaje quizá como tópicos, pero tópicos cargados de historia. Por ejemplo, en aquellos siglos se habló de un arte espiritual, fiel al platonismo donde el ver que cuenta, el ver sabio, es el que se hace con el ojo interior, no con el exterior, donde la realidad distrae (Grabar 1990- 1991). Que casualidad, si leemos críticas de arte hoy, se habla de la visión interior del artista, de su mundo que por supuesto no es reproducción de la realidad exterior.
Otro ejemplo de un cambio que se dio en aquellos siglos y precisamente motivado por la discusión respecto a la iluminación divina: cuando la gracia divina de San Agustín fue interpretada por Santo Tomás de Aquino como conocimiento innato. Con todas sus consecuencias. Porque precisamente algunas culturas, que siguieron su curso desligadas de Europa por motivos que todos conocemos, como es la Islámica, siguieron más influidos por el Neoplatonismo, como también lo estaba San Agustín en este punto de la gracia divina y seguramente en muchos más. En cambio Europa podríamos decir que quizás siguió más preferentemente la vía tomista, la de la preferencia por el conocimiento innato.
Aunque en filosofía se separen ambas culturas, la oriental islámica y la cristiana europea (sé que lo oriental es mucho más vasto, y también lo occidental), en el arte se están fundiendo de nuevo. En esto me remito a Ohram Pamuk, leyendo su libro Mi nombre es rojo, me di cuenta de que hubo un momento en el que Oriente y Occidente miraban el arte con ojo interior. Occidente cambió cuando el hombre quiso apropiarse del mundo y primó la reproducción fiel del exterior, la objetividad, aunque siempre quedó un fondo en el que se reconocía la mano del artista; hasta que llegó la fotografía y la visión interior en pintura se recuperó de nuevo, en parte para desmarcarse la objetividad que proclamaba la fotografía y también, entre otras cosas, por la influencia, especialmente en las vanguardias del siglo pasado, de esoterismos varios en un intento de aunar de nuevo razón y sentido (intento que fracasó definitivamente cuando se declaró Fountain de Duchamp como la idea artística más influyente del siglo pasado, reconociendo así los expertos consultados por la Tate que lo puramente intelectual había ganado sobre lo que de sensual y material tiene el arte).
Oriente ha estado siempre allí, en el arte espiritual, donde mente y materia forman parte de un todo, y no debe sentirse inferior por no haber tenido Renacimiento, a lo mejor no lo necesitaba. Tener por espejo a Occidente sería una contradicción para el Islam, que siempre ha primado a oriente por ser el lugar desde donde nace la luz, y ésta como metáfora del conocimiento que es experiencia espiritual, no solo conocimiento especulativo.
He nombrado a las vanguardias artísticas del siglo XX, pero hay todo un caldo de cultivo en esos años que llevó a que ahora podamos hablar de imaginación o creación hasta de forma impúdica, en cualquier directriz de empresa se habla de estos términos. Se podría contar las veces que creatividad o imaginación aparecen hoy en anuncios, programas educativos o proyectos de empresa.
Cuando Henry Corbin publicó por primera vez en 1955, en las actas del Círculo Eranos La imagination créatice dans le Soufisme d’Ibn Arabi, no estaba la imaginación tan de moda aún, todavía se la consideraba como la “loca de la casa” en otros círulos. Pero no en éste de Eranos, aquí estaban Carl Gustav Jung, Mircea Eliade, Rudolf Otto, además del propio Henry Corbin (y no se por qué no estaba María también, hubiera estado encantada). Ese círculo fue creado por una mujer Olga Fröbe-Kapteyn en Ascona, Suiza, pensando construir un lugar de encuentro entre Oriente y Occidente, un lugar en el que alrededor de una mesa redonda, literalmente, pudiera crearse una atmósfera de libertad, la que se da alrededor de una mesa de banquete con buena comida y buen vino, pues eso quiere decir Eranos en griego (ερανος, comida en común, comida frugal donde cada uno aporta su parte, celebración compartida) . Una atmósfera en la que fuera posible, sobre todo, volver a traer Oriente a Occidente.
Por ejemplo, gracias a Jung, los encuentros fueron encarándose hacia lo simbólico, los arquetipos universales, los mitos; Rudolf Otto, el historiador de las religiones, los llevó hacia una concepción de la religión y el misticismo centrada en el individuo; Mircea Eliade quiso que se resaltara la contribución de Eranos al conocimiento del hombre desde una antropología integral, que abarcara la producción simbólica del hombre tanto si caía en el terreno de las ciencias como de las llamadas humanidades. Y Henry Corbin, ahondando en el interés original de Eranos de encuentro entre el pensamiento del Este y el Oeste, saca a la luz pensadores y místico islámicos como Ibn ‘Arabi, especialmente su imaginación creadora, integradora de todas las facetas del hombre humano, emocional, espiritual, física e intelectual y que por eso mismo da forma a la persona, es creadora.
María estaba en armonía con estos aires suizos, precisamente a finales de los cincuenta ella está en Roma comenzando su gran obra, en extensión al menos, Los sueños y el tiempo, del que una parte se publicó como El sueño creador y otra con el título original ya póstuma, e inacabada. Es decir, María está en consonancia con la filosofía más marginal e heterodoxa de esos años que recupera el pensamiento antiguo y el de otras culturas, que busca una visión integradora del hombre y a la que ella misma aporta su tradición: San Juan de la Cruz, Miguel de Molinos y lo que le han trasmitido desde bien joven Unamuno y Machado, entre otros, como guías o intermediarios con dicha tradición (me remito a dos de mis anteriores intervenciones aquí mismo en las que utilice poemas de uno y otro que María mismo me recitó de memoria).
Lo que me parece sorprendente es que María Zambrano no aluda en su obra, que yo sepa, lo cual es falible, a Ibn ‘Arabi o al sufismo explícitamente más que en dos ocasiones: en su artículo “Una parábola árabe” y en conversación publicada con Antonio Colinas (ambos textos los tienen en el catálogo de la exposición Iluminaciones). Me sorprende, porque a mi me hablo en varias ocasiones de Ibn ‘Arabi y el sufismo, siempre con admiración y con conocimiento de causa. También estoy segura de que habló de ello con Jesús Moreno, que así se entrevé en su libro Ángel del límite y confín intermedio, donde comenta tres poemas de María. Se que Jesús está trabajando en esto y esperemos que pronto salga a la luz su próximo libro.
Que conocía las fuentes sobre el sufismo en español (Asín Palacios) y en francés (Henry Corbin, también Louis Massignon) es indudable y ella misma lo dijo. Por qué no lo cita más en su obra, quizás sea una cuestión de estilo. Ella no escribía comentarios de texto, ni siquiera textos (cada vez que yo decía texto, por deformación académica, me daba un pellizco si no me apartaba a tiempo, ahora no puedo decir la palabra, digo siempre escrito y me aparto un poco, es aquello del reflejo condicionado). Es posible que algún comentario de de tipo académico escribiera (aunque incluso sus reseñas de libros bien tempranas tenían mucho de original), pero cuando le pasó el manuscrito de Hacia un saber sobre el alma a Ortega dejó de ser discípula, aunque nunca dejó de ser estudiante, como ella repitió hasta su muerte.
A partir de ese momento ya fue su voz, no comentario. Creo que cuando entraba en contacto con un pensamiento nuevo lo digería, lo transformaba o lo rechazaba, pero una vez digerido y transformado era suyo y era su forma de ver. Para evitar malentendidos, no me refiero a que compusiera un caleidoscopio de formas de ver, una especie de cubismo en filosofía, ni un libro de citas infinito y camuflado (Benjamin lo quiso hacer explícitamente). No estamos hablando de documentación, sino de asimilación, crítica y transformación, de imaginación creadora.
Si algo me gustaría haber asimilado de ella es precisamente ese saber aprender de otros y realizar mi propia obra. Que los comentarios de texto o el hacer y actuar “a la manera de”, se queden en una parte del aprendizaje y vivir la imaginación, sin tener miedo de expresarse aunque hagamos o digamos algo contracorriente de las modas o de lo que dice la mayoría. Al mismo tiempo, abrirnos a las posibilidades que se nos presenten, como decía María hay que aprender de oído, escuchar y dialogar, y recibir las críticas como un regalo.
Realmente ha sido difícil para mi, entre dos amores, la pintura y la filosofía, separar lo que era una y la otra y me he dejado llevar, no lo he intentado. No he sido purista, ni lo soy, eso del “caos creativo” lo he trasladado del taller a mi cabeza (¿o debería decir al corazón en sentido sufí y zambraniano?).
He intentado dejar mi imaginación como terreno libre para que tanto las palabras de María como las de Ibn ‘Arabi me permitieran proyectar imágenes y superar mi inseguridad. Pero además de proyectar imágenes (en el doble sentido de hacer el proyecto previo a la realización y sacarlas de mí a la realidad) me he enriquecido acercándome al pensamiento y al arte islámico. Debo decir que me han sorprendido muchas cosas, en principio creo que estamos condicionados a pensar que el arte islámico clásico es ornamental, y para nosotros ornamental es como decir que sobra. Pero en este arte la obra forma un todo armónico con el mundo: el estucado está en una sala, esta en un edificio, éste en una ciudad, esta en un reino y este en el mundo. Y al revés: en cada arabesco del estuco de una pared, está el mundo. En cada detalle se busca la armonía y la perfección, pero a su vez dicho detalle es parte y metáfora del mundo.
Me ha resultado fascinante acercarme a la geometría aplicada a los arabescos y descubrir la complejidad y la sabiduría que encierran. He intentado manifestar dicha admiración por las matemáticas en alguna de mis pinturas, recordando por ejemplo la proporción y la simbología del punto central del que todo comienza y la de los primeros siete círculos desde los que comienza toda geometría árabe, metáfora de la creación divina. La creación, igual como los enlazados arabescos, es infinita, empieza en un punto y se va repitiendo infinitamente el mismo patrón pero siempre otro y con el mismo comienzo podemos crear infinitos patrones. Aquí alguien ha visto la influencia de Plotino y su concepción de la creación continua sobre la filosofía islámica.
Ahondando en la creación nos encontramos con el amor: el creador crea por amor y sin criatura no hay creador. Uno y otro se reflejan como en un espejo, así pasamos al elemento central en el arte islámico y subrayado por el sufismo: la luz. Si creador y criatura se ven es porque hay luz, la luz que irradia el creador. Precisamente el mundo imaginal, el mundo intermedio, es el mundo que comparten ambos, es la parte divina del hombre y es un mundo de luz, porque es en la imaginación dónde se puede producir la iluminación, el conocimiento integral que nos transforma.
Aquí nosotros hemos jugado con el oro como metáfora de la luz y espejo que la refleja. Especialmente en estas pinturas dedicadas a Ibn Arabi, estoy utilizando veladuras más que en mis anteriores trabajos. En muchas de ellas la base es oro bruñido y la pintura la voy aplicando por capas trasparentes de forma que el espectador observa en sentido inverso: desde la capa superficial hacia el interior que es luz. En las pinturas en las que el oro está en la superficie (por ejemplo en «Conexión») es porque quiero resaltar la figura en primer plano. Pero el color también sale a la superficie a través de las diferentes capas. Las veladuras son una forma de metáfora del conocimiento, cuando el conocimiento procede por desvelamiento de la verdad, siendo la verdad la luz.
No he pretendido más que intentar acercarles a algunos de los fragmentos que componen el rompecabezas en el que ahora mismo me encuentro. Empecé a indagar en Ibn ‘Arabi por pura casualidad y no he hecho más que comenzar, por que una cosa me lleva a otra, todo está en conexión y me parece que no he hecho más que tener una iluminación y que ahora hay que ahondar más en ella, razonar también, hablar de ella, dialogar.
Hay muchas formas de hablar y de momento no considero el silencio como una de ellas, porque se puede callar voluntariamente cuando se ha dicho todo y bien, como le pasó al gran Oteiza (escultor y más). Pero como obviamente no es el caso tendré que seguir hablando. Para mi el silencio en vida debe ser una pausa, un intervalo para oír, aclarar la voz y el pensamiento y que se escuchen mejor las palabras propias y las que consideremos tan valiosas como para que se repitan una y otra vez.
Gracias
Valencia, abril 2008
Libros y sitios en la red citados, por orden de aparición:
Duque, Félix; Los buenos europeos. Hacia una filosofía de la Europa contemporánea. Ediciones Nobel, 2003.
The Muhyiddin Ibn ‘Arabi Society:
http://www.ibnarabisociety.org/index.html
Corbin, Henry; La imagination créatice dans le Soufisme d’Ibn Arabi. Flamarion, 1958.
Blumenberg, Hans; Arbeit am Mythos. Suhrkamp Verlag, 1979. Traducción al español: Trabajo sobre el mito, Paidós, 2003.
Hegel, G.W.F.; Vorlesungen über die Geschichte der Philosophie: Philosophische Bibliothek, Bd.439. Meiner 1993. Traducción al inglés: Lectures on the History of Philosophy, vol 3, “The German Ilumination”. University of Nebraska Press, 1995.
Grabar, André; Los orígenes de la estética medieval. Siruela, 2007
Blumenberg, Hans; Die Legitimität der Neuzeit. Suhrkamp Verlag, 1976. Traducción al inglés: The Legitimacy of the Modern Age, The MIT Press, 1983.
Pamuk, Orhan; My name is red. Faber and Faber, 2001.
Eranos Foundation:
http://www.eranosfoundation.org/
Zambrano, María; Los sueños y el tiempo. Siruela, 1998. ;El sueño creador, Turner, 1986.
Colinas, Antonio; El sentido primero de la palabra poética. “Sobre la iniciación (Conversación con María Zambrano)”. FCE, 1989.
Moreno Sanz, Jesús; El ángel del límite y el confín intermedio. Endymion, 1999.
Iluminaciones; Catálogo de la exposición de pinturas de Rosa Mascarell; textos de Antonio Colinas, Martin Notcutt, Pablo Beneito y María Zambrano. Fundación María Zambrano, 2008.