Apuntes sobre María Zambrano

Visita de Juan Gil-Albert a l’ermita de Llutxent, 1973

Zambuig julio 1999

Agustín Andreu me ha invitado muy amablemente al Zambuch con el propósito de que conversemos en torno a María Zambrano. Le agradezco la invitación aún sabiendo lo mucho que él la trató especialmente en Roma, en una época de madurez fructífera para ella y de entusiasmo juvenil para él, lo cual provocaría a buen seguro más de una encendida discusión intelectual, de las que espero que podamos disfrutar todos cuando publique sus memorias de esos años en Roma, años tan cruciales para Europa en plena guerra fría y para España en plena dictadura, aunque algunos intuían ya un nuevo futuro.

Y entre aquellos que intuían y trabajaban, dentro de sus posibilidades, por un nuevo futuro estaba Alfons Roig, que tuvo el valor de pedir a María Zambrano perdón de rodillas en nombre de la Iglesia española. Para María ese fue el primer signo de que era posible la reconciliación. Entre Alfons Roig, Agustín Andreu y más tarde Bergamín, a María Zambrano se le abrió la posibilidad del regreso. Bergamín quería que fuera a Sevilla y Don Alfons le hacia lugar en la Ermita de Luxent para ella y su hermana. ¿Se imaginan a María viviendo en la Ermita? Ya no hubiera habido un motivo de peregrinaje sino dos –y no me estoy refiriendo a la romería de la Virgen del Remedio.

No fue eso lo que sucedió, María siguió en Roma hasta que la expulsaron, oficialmente por un motivo tan peregrino como los gatos. Aunque detrás estaba la vigilancia a la que la sometía el gobierno italiano precisamente por que en su casa se congregaban gentes “sospechosas” para quienes se veían como guardianes ante la amenaza del bloque comunista. Esa independencia respecto a lo “conveniente” parece que siempre la tuvo María ya desde las reuniones “secretas” en su casa de alguna organización estudiantil (la FUE), hasta el recibimiento en su piso de Madrid del rey, ella que siempre fue republicana. Y lo hermoso de esa actitud es que es la afirmación del pensamiento que guía toda su obra: “la búsqueda de una religión de orden no sacrificial”, sin humillaciones, sin víctimas.

Decía Cintio Vitier en el II Congreso sobre la vida y obra de María Zambrano, celebrado en Vélez-Málaga en el año 1994, a propósito de los años en los que fue alumno de María en La Habana, que “ella no nos hablaba casi nunca de política: sus cursos eran sobre los griegos, San Agustín, Descartes, Hegel, Bergson, pero todo lo que nos decía tenía que ver, como al trasluz, con la posibilidad de un nacimiento histórico.” La historia no es lineal para María, se dan renacimientos y caídas en los infiernos una y otra vez, pero en uno de esos renacimientos puede comenzar la “historia ética”, esa es la esperanza.

Para intentar comprender que entiende María Zambrano por “historia ética” debemos comenzar primero por el sujeto de esa historia, un sujeto que en un momento de su vida despierta a la conciencia y llega a convertirse en persona. No es un despertar inexorable y además tiene grados: Podemos quedarnos dormidos y sólo padecer –entre la espesa niebla, como podría decir Unamuno. Según Zambrano (El hombre y lo divino) necesitamos a alguien (guía) que nos despierte de ese sueño en el que formamos un todo con la naturaleza y en el que más que actuar, “nos pasan cosas”. La primera sensación cuando nos despiertan es que estamos solos, es el momento en el que comenzamos a conocernos y a reconocernos a través de los demás. Una vez despiertos, podemos volver al sueño –como la Marina de Niebla- o afirmarnos como ser frente a los otros seres singulares. En ese momento radica el peligro de volver a caer en la religión sacrificial, pues que la afirmación del Yo puede llevarnos a creernos como dioses y que los otros no son más que víctimas a nuestra disposición, objetos en los que se manifiesta nuestro poder. Entre el sueño y la muerte se encontraría viviendo la persona ¿Cómo evitar los extremos?

Decía también Cintio Vitier que María hablaba poco de política. No era exactamente la política –de partidos– lo que le interesaba, sino algo previo: la persona capaz de vivir en una “polis” para todo “demos”. La persona capaz de comunión –comunicación–, relación opuesta a la de imposición y humillación. Mientras haya humillación no habrá vida verdadera, como mucho, si no se sufre algo peor, se podrá “ir pasando”, sin pena ni gloria. ¿Es eso vida?

No olvidemos que María Zambrano es deudora de los movimientos de renovación pedagógica que se iniciaron a finales del siglo pasado. Sus padres, como maestros, participaron de esta corriente, en especial su padre que dedicó buena parte de su actividad intelectual a la educación. De una conferencia de 1927 que dio Blas José Zambrano con motivo del centenario de la muerte de Pestalozzi, podemos ver cuales eran los ideales de renovación cultural para Europa a través de la labor educativa y que están en la base de la formación de nuestra pensadora. Sólo traeré a colación dos conceptos: el de cultura y el de religión.
Para Blas Zambrano cultura “es el haber del progreso humano que se pueda inventariar en los hombres; en ellos, en sus personas y no fuera.

( ) La vida humana está plagada de antinomias() el progreso de la cultura consistirá en unificar()” en conseguir la “síntesis armónica. ¿Por qué medios? Por la creación de sentimientos nuevos, que enlacen con hilo sutil, pero irrompible.” (304)

Religión es () la preocupación amorosa por lo universal; es el amor a lo bello, lo verdadero y lo bueno; el esfuerzo heroico y tenaz para que impere en la vida esa tríada suprema.” (295)

María Zambrano fue fiel a ese espíritu transmitido por su padre, incluso modestamente, al final de su vida me decía “yo no he hecho más que continuar la obra de mi padre”. Sabemos que hizo más, que realizó ese “esfuerzo heroico” para que imperara en la vida el amor a lo bello, lo verdadero y lo bueno. De cada caída volvía a renacer con esperanzas en la vida. Y precisamente en los momentos de peligro, cuando por ejemplo en Roma tenía miedo de que volviera a estallar la tercera guerra mundial, sus escritos insisten más en la necesidad de mantener la esperanza aún a través de una critica a la Cultura Occidental, a la tradición que está en la base del absolutismo –pero también de la democracia. En su libro Persona y Democracia (escrito en 1956 en Roma y publicado dos años más tarde en Puerto Rico), hace tiempo que ha perdido la ingenuidad reflejada en Horizontes de Liberalismo (de 1930) pero aún así sigue creyendo fundamental conseguir esa “síntesis armónica” de la que hablaba su padre, en “persecución de una ética de la historia o de una historia en modo ético.” (PD, 25). (En mantener este anhelo, bien pudieron influir el entusiasmo vital de Alfons Roig y de Agustín Andreu)

Pero hay un tinte de negrura en dicha utopía pues encierra en sí la dificultad de su cumplimiento: Nunca el ser humano se realizará plenamente en persona, siempre quedará algo oculto que escape a la conciencia –pero con lo que esta tiene que cargar. Y, pasando al plano de la sociedad, una democracia absoluta donde todos y cada uno fueran absolutamente ciudadanos libres y la comunicación entre ellos se diera sin interferencias, se presenta también como otra utopía. “Y es que despertar enteramente a la conciencia y a la razón, no deja de ser un sueño a su vez; un sueño que hasta ahora se ha revelado un tanto peligroso.” (PD, 67) Pero aun así hay que “humanizar la historia y aún la vida personal ( ) lograr que la razón se convierta en instrumento adecuado para el conocimiento de la realidad, ante todo de esta realidad inmediata que para el hombre es él mismo” (PD 90) y añadiríamos: conocer la realidad y a nosotros mismos con penas y glorias, ahí radica el sentido amplio de humanizar.

Para humanizar la historia había que volver, según Blas Zambrano, a los clásicos. María comienza precisamente PD con la afirmación socrática de que la virtud se enseña, pero ese aprendizaje exige ejercicio, actuar virtuosamente. A través de tal actuar, seríamos, de hecho, dueños de nuestro destino. Si nos dejan. María Zambrano sufrió la humillación del poder en carne propia y en la de su familia, el “totalitarismo” del que habla, le hizo vivir en una pesadilla a pesar de estar despierta. Por eso no puede ser absolutamente ingenua ni optimista, pero aún así, al final de su vida y para el prólogo a esta obra escribe:

“¿a cuento de qué viene la publicación de este libro? Muy simplemente lo diré: como testimonio, uno más, de lo que ha podido ser la historia, de lo que pudo ser, un signo de dolor porque no haya sucedido, que no desvanece la gloria del ser vivo, de la acción creadora de la vida, aún así, en este pequeño planeta. De que un triunfo glorioso de la Vida en este pequeño lugar se dé nuevamente.” (julio 1987)

Esta frase emblemática, que encierra la amargura de no haber llegado y la convicción de que el “esfuerzo heroico” valió y valdrá la pena, es la que me sirve de guía en la página que dedico a María en la web (1). Entre las razones que me llevaron a esa tarea de difusión del pensamiento de María Zambrano una de ellas, por no decir la principal, es que seguimos en una Europa donde siguen los conflictos étnicos, religiosos y políticos y la única solución que se da sigue siendo la armada y así continúan sin resolverse las antinomias.

Conceptos como el de persona y el de democracia siguen estando por definir y realizar. Somos herederos de una larga tradición que tenemos que ir actualizando, corrigiendo, y esta es no sólo una noble tarea, sino más bien una tarea urgente.